(Quisiera dar las gracias a los borrachos de mil bares; sin sus observaciones este poema habría quedado cojo)
Ahí está,
el interruptor,
pulsarlo
es muy fácil:
puedes confundirte al atarte los cordones
de los zapatos,
puede que el camarero no te dé
el cambio exacto,
puede que el mechero que compraste ayer
ya no funcione hoy,
puede que se acabe la leche
para el desayuno,
o puede que tu chavala
mire hacia otro lado cuando
la estás besando,
el interruptor está
ahí,
y hace falta poco,
muy muy
poco
para activarlo,
una muela cariada,
una llamada perdida,
un traspiés al salir a la terraza,
son tantos los motivos por los que un hombre
se vuelve loco,
tantos que
acabarías antes
contando las razones
por las que un hombre
sigue
cuerdo.
Alberto Clavería