viernes, 24 de abril de 2009

"Sean bienvenidos", de Barricada



Con la tarde voy sintiendo tu presencia en todas partes
y me ahoga la ansiedad
de saber que soy tragado cada noche por tu aliento
aunque me esconda detrás.
Como astillas colgando te llevo clavada en el alma
y cada herida me recuerda que soy un globo de feria por explotar.

A tu lado me siento mejor cuando termina la función
y salimos a buscar cobijo en la madrugada... ¡Vaya pasada!
Cómo voy a escapar de ti si tú eres mi disfraz?
Querida soledad no me tapes más con tu sábana

jueves, 23 de abril de 2009

"La dama de negro", de Alberto Clavería

Me escapé del tanatorio buscando el bar más cercano,
que resultó estar a la vuelta de la esquina.
Con manos temblorosas, compré un paquete de tabaco,
y mientras le quitaba el precinto
pedí un vaso de tinto.

Aquel bar estaba casi a oscuras aunque fuera mediodía,
sonaba Rosendo y
los taburetes eran cómodos.
Era un sitio muy agradable.

Entró una mujer, dejó el bolso sobre la barra
y tomó asiento a mi lado.
Cuando llegó su vaso de vino blanco,
se lo bebió de un trago y a continuación
pidió otro.

La miré, aprovechando que ella giraba su cara
hacia la puerta,
y comprobé lo que de todas formas ya sabía,
que iba completamente vestida de negro.

Como yo.


Alberto Clavería

miércoles, 22 de abril de 2009

"El vaso roto", de Alberto Clavería

Sin darme cuenta,
empujé el vaso hasta el borde de la mesa.

Recé para que no se rompiera,
para que su contenido no manchase la alfombra,
me conformaba con una pequeña marca
en el cristal,
me conformaba con el susto.

Pero el tiempo no se detuvo,
Dios debía estar de vacaciones, y
el vaso, finalmente,
se quebró contra el suelo.

Saqué la escoba,
diabólico instrumento de mi ignominia,
y empujé los trozos de cristal
hacia el Montón de los Vasos Rotos.


Alberto Clavería

"Un poema desorganizado sobre un día desorganizado..." (fragmento), de Charles Bukowski

Un poema desorganizado sobre un día desorganizado, con mujeres corriendo de aquí para allá y el precio de la cerveza 2 centavos más caro por lata.

cuello de pavo y lorca, poeta que sonríe mirándose las uñas
en Melrose Ave., luces tenues, gatos gordos de mirlos,
zapatos siempre viejos, maderos siempre jóvenes, arañas llenas de
sangre y luz de luna... un poema es amor incluso cuando odia,
y Sr. Phillin, quiero decirle:
un poeta tiene un puño de acero y un puño
de amor/ Manolete ensartado en el cuerno ante la muchedumbre,
el sol brotando rojo...
hasta las moscas y los guijarros están pasmados,
y el toro
el toro es ahora Manolete

y este poema
espera encontrar
alguien que no haya muerto.


Charles Bukowski

martes, 21 de abril de 2009

"Donde las hiedras se hacen dueñas de cada pared", de Alberto Clavería

Me gustaba pasar por ahí en tren,
la luz del sol se filtraba entre los cipreses
y te golpeaba en la cara,
era relajante.

Las casas de planta baja
exhibían la ropa puesta a secar,
y muchas veces yo pensaba
que era el único que sabía admirarla.

Era un paraíso que te cagas de verde,
donde las hiedras se hacían dueñas
de cada pared,
como aquello del Club de Lucha:
“te encaramarás a los rascacielos abandonados
ayudándote de gruesas enredaderas,
y verás campos de trigo allá a lo lejos”.

En fin, me giré
y delante tenía una chica
endiabladamente hermosa.
Me sonrió.

El mundo no estaba jodido del todo.


Alberto Clavería

"BAR FRANKFURT, ENTENZA", de Sergi Puertas

Tú estabas borracho, eso lo primero
y de pronto te hallabas frente a un desconocido
que la mayor parte de las veces
parecía buena persona y afable.
Entonces se disculpaba, se ponía en pie
y se dirigía a la barra. Se colaba tras ella y le decía al dueño:
Oye, Salva, te cojo un poco de Albal.
Y papel de aluminio en mano
se dirigía a los lavabos
de donde regresaba
tembloroso y sudoroso
con las manos en los bolsillos
y con esa mirada.

En adelante aquel desconocido ya no hablaba más
y en adelante lo más recomendable era no hablarle:
Cualquier comentario banal podía ser interpretado como amenaza
cualquier observación como insulto
y cualquier pestañeo como insinuación.
La verdad, visto con perspectiva
no sé qué hacia yo allí.
Supongo que por aquel entonces
ya me había dado cuenta
de que para comerse el mundo
se precisaba hambre y de que yo era inapetente.
Tal vez quisiera información de primera mano acerca de cómo les va a los desganados.

Además, me inquietaba el contraste de la rigidez de mi entorno
con la ternura de mis carnes y mi naturaleza masticable.
En todo caso estaba borracho, eso lo primero
y cuando al grito de ¡Todos fuera!
Salva echaba mano de la persiana de acero
yo me precipitaba al retrete a echar la última meada
y me miraba al espejo
y veía que pese a no trastear con el papel de aluminio
también yo tenía esa mirada
y entonces caía en cómo
a lo largo de la noche, todos todos
se habían guardado mucho mucho
de decirme nada nada.


Sergi Puertas

lunes, 20 de abril de 2009

"Desplumado", de Alberto Clavería

Llegué tarde y pregunté
si la partida ya había acabado.
No es que quisiera jugar,
era solo para cortar el hielo.

Un tío me cogió por banda y me dijo
que habían estado jugando al póker francés,
que era "una variación ya extinta del
póker caribeño, con tres manos destapadas..."
y docenas de datos más que no recuerdo.

El tío parecía controlar del tema,
y de pronto me dijo
"Mira, yo apenas sé jugar,
si quieres montamos una partida pequeñita
y nos jugamos algo de dinero."

Vi sus ojos,
de color verde tapete
y olor a humo
de cien puros
y le dije que no.

Una vez más
la vida había querido desplumarme
pero yo ya había salido desplumado
de otra casa:
la mía.


Alberto Clavería

"Esperanza", de Ángel González

Esperanza,
araña negra del atardecer.
Te paras
no lejos de mi cuerpo
abandonado, andas
en torno a mí,
tejiendo, rápida,
inconsistentes hilos invisibles,
te acercas, obstinada,
y me acaricias casi con tu sombra
pesada
y leve a un tiempo.
Agazapada
bajo las piedras y las horas,
esperaste, paciente, la llegada
de esta tarde
en la que nada
es ya posible...
Mi corazón:
tu nido.
Muerde en él, esperanza.


Ángel González

martes, 14 de abril de 2009

"Sonríe a la cámara", de Alberto Clavería

Sonríe a la cámara,
recuerda,
sonríe.

Que tu cara no explique
las noches en vela,
las botellas vacías
o los ceniceros llenos,
que tus ojos jamás sean puerta de entrada
al parque de atracciones averiado en que se tornaron
todos los sueños.

Lo que quieren es que sonrías.

A quién le importa que mañana se mueran las flores
o caduquen las proposiciones,
que duelan las muelas
o ardan las palabras.

Lo que quieren es que sonrías.

No quieren saber que las ventiscas levantaron la arena
que pasó rozando tu esmalte,
ni que ayer fue (como casi siempre)
demasiado tarde.

Lo que quieren es que sonrías.

Guárdate las mañanas con lluvia
y las barras de bar sin reposapiés.
Cállate si lo que vas a decir
no vale más que un rato de silencio.

Trágatelo todo.

Y recuerda,
sonríele a la cámara,
sonríe.


Alberto Clavería

"La noche del soldado en la casa abandonada", de Leopoldo María Panero

El enemigo no está aquí: las sombras.
No sé si ha huído al mar o aulla en la montaña
perdido entre lobos o pegando, por sentir algo
el desnudo cuerpo a un roble.

Su idea

cae de mi cabeza con el hacha que poda
una tras otra las ramas
del árbol en que la locura cantara, el buho:
es el otoño en mi cabeza.
Las palabras libertad, patria suenan ahora como el grillo
o como la puerta que el viento no conmueve: mañana
con mis cabellos encenderé la hoguera.

Dos pájaros

pelean en lo alto con sus picos.
Temo morir.
Temo morir más que en la batalla
temo perder el ser, vencida la batalla
por medio de este ruido sigiloso.

Temo que caiga el nombre

/como del muro
el revoco, el papel, el dibujo. ¿Qué es la noche?
¿Qué es el buho? ¡Si un perro ladrara!
Si un perro ladrara devolviéndome algo
del candor del estruendo, de
la vid de la batalla.
El ejército ruso no pudo con mi espada:
el silencio, sí.


Leopoldo María Panero