jueves, 17 de septiembre de 2009

"La cruz", de Alberto Clavería

Nunca olvides que es siempre
la misma moneda
la que paga flores y luego
paga metralletas o
la que cae hoy cara
y mañana cruz,

la misma flor la que dice
lo siento
y la que provoca
alergia,

la misma tinta la que traza
lindas palabras de amor
y más tarde firma
declaraciones de guerra,

el mismo tiempo que
nos da la vida
y nos mata,

las mismas lágrimas
de risa
o de pena,

y la misma llamada de teléfono
que trae buenas noticias
o muy malas.

Pero lo único que siempre
es igual,
lo que nunca jamás
cambia

es la cruz
que uno arrastra en vida
y que finalmente
acaba decorando su tumba.


Alberto Clavería.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

"El nirvana (y tu kimono)", de Alberto Clavería

Me cambió el corazón de lado
con algo que fumé,

y las mañanas duran mucho mucho demasiado
si al arrimarme no tengo a quién,

y los mediodías me llegan tarde
queriendo saltar encima mío,

y hacia el anochecer tus abanicares
me hacen querer tirarme al río,

y el periódico se hace corto
de tanto incluir noticias malas,

y a veces el silencio se vuelve loco
porque me niega el nirvana,

y las estrellas se acercan un poquito
para que las acaricie entre mis dedos,

y el sol no sabe nada de abanicos
porque la luna le pasa el plumero,

y me siguen las miradas de las fotos,
como diciéndome “Así te habrías de ver”,

y se pierde entre la bruma tu kimono
mientras yo alargo la mano a través,

y los muros se derrumban cuando pasas a su lado
echando a volar tu falda,

y me vuelvo a casa derrotado
para encontrarme con fuego y lava,

y se oyen ruidos de fondo
cuando pienso en besarte,

y aún no afilo los versos del todo
porque podría dañarte,

y de cada botella que abro
sale el mal genio,

y si me ensucio me lavo
con el agua de un charco gélido,

y la vida ya no es vida
cuando empiezas a faltarme,

y yo mismo me pongo la puntilla
cada día a media tarde.


Alberto Clavería

martes, 1 de septiembre de 2009

"Corazón", de David González

Si te acostumbras
como yo
a soñar solo
y a despertar solo
en el lado izquierdo
de tu lecho conyugal,

el lado del corazón,

has de entender
metértelo bien en la cabeza
que un día cualquiera
el menos pensado
ese corazón tuyo
del lado del cuál duermes
se transformará
al tacto
en la sábana
de otro extremo
de tu lecho conyugal:

una sábana fría
en la que no duerme nadie

ni siquiera tú.


David González