Me gustaba pasar por ahí en tren,
la luz del sol se filtraba entre los cipreses
y te golpeaba en la cara,
era relajante.
Las casas de planta baja
exhibían la ropa puesta a secar,
y muchas veces yo pensaba
que era el único que sabía admirarla.
Era un paraíso que te cagas de verde,
donde las hiedras se hacían dueñas
de cada pared,
como aquello del Club de Lucha:
“te encaramarás a los rascacielos abandonados
ayudándote de gruesas enredaderas,
y verás campos de trigo allá a lo lejos”.
En fin, me giré
y delante tenía una chica
endiabladamente hermosa.
Me sonrió.
El mundo no estaba jodido del todo.
Alberto Clavería
la luz del sol se filtraba entre los cipreses
y te golpeaba en la cara,
era relajante.
Las casas de planta baja
exhibían la ropa puesta a secar,
y muchas veces yo pensaba
que era el único que sabía admirarla.
Era un paraíso que te cagas de verde,
donde las hiedras se hacían dueñas
de cada pared,
como aquello del Club de Lucha:
“te encaramarás a los rascacielos abandonados
ayudándote de gruesas enredaderas,
y verás campos de trigo allá a lo lejos”.
En fin, me giré
y delante tenía una chica
endiabladamente hermosa.
Me sonrió.
El mundo no estaba jodido del todo.
Alberto Clavería
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