martes, 30 de diciembre de 2008

"El portero vencido", de Alberto Clavería

Recuerdo aquella vez,
ese penoso enero,
en que empezó a llover a media tarde
y de madrugada solamente se veía una
cortina de cuentas mojadas
desde la ventana.

Abrí la puerta del balcón
y me senté bajo el alféizar,
algunas gotas rebotaban en las baldosas
y me daban
entre ceja y ceja,
era agradable.
Me amarré a un botellín de cerveza de importación y
dejé pasar el (mal) tiempo,
yo era como el portero vencido,
me habián regateado y el delantero se había plantado
a portería vacía dispuesto a marcar.

Al cabo de un rato,
se acabó el botellín y
aún no sé muy bien por qué,
lo dejé a la intemperie.
Cuando se llenó, cogí el agua de la lluvia y
me lavé la cara con ella.

Desde entonces,
desde aquella velada fría,
las noches en que lloro
siempre vienen nubladas y sé
que no estoy llorando solo.

Alberto Clavería

"La brasa rozando la palma de mi mano", de Alberto Clavería

Allá por 2006,
en un pasable otoño,
salíamos mi primo y yo
de una taberna
a altas horas de la madrugada,
cada uno más borracho que el otro,
y me contó una historia de su abuelo.

Él había luchado en la Guerra Civil,
en el bando nacional, para más señas,
y se había comido centenares de horas de guardia
allá en las trincheras del Bajo Aragón.
Solía explicar que una noche helada
se encendió un cigarrillo
y mientras lo fumaba tranquilamente
se oyó un disparo en la lejanía y
una bala se incrustó en la pared que había tras él,
a pocos centímetros de su oreja izquierda.

Desde entonces, aprendió a fumar
tapando la brasa del cigarrillo con la mano.

Y os parecerá una chorrada, pero aún ahora,
setenta años después,
me sorprendo a mí mismo
fumando con el cigarrillo vuelto del revés,
con la brasa rozando la palma de mi mano
por si acaso me
disparan.

Alberto Clavería

martes, 9 de diciembre de 2008

"Solamente he tratado de contar contigo", de Raúl Nuñez

Cuando no era más que un buscador confuso,
y salía a emborracharme con los perdedores,
y recorría los bares una y otra vez,
tratando de asegurar la próxima comida,
y tomaba a quien estuviera a mi lado,
sin preguntarme quién era o qué pensaba,
y me daba lo mismo meterme en una cama o en otra,
porque lo único que necesitaba era una entrada gratis,
y cuando la conseguía podía darlo todo,
porque no me habían pedido nada a cambio,
pude darme cuenta que sólo quien ofrece algo,
llega a recibir lo que espera.
Yo solamente he tratado de contar contigo.
Nunca he querido convencerte de nada,
ni llevarte hasta la ultima montaña,
ni convertirte en algo diferente a lo que eres,
pues creo que no debes necesitar sólo a quien buscas,
sino a quien te está buscando a ti.
Ahora todo se ha quedado dormido en el camino,
yo solamente he tratado de contar contigo,
y de conseguir una entrada gratis,
para no quedarme esta noche sin ti.


Raúl Nuñez

"Trovador fui, no sé quién soy", de Leopoldo María Panero


Sólo en la noche encuentro a mi amada
de noche, cuando más sólo
en el llano en que no hay nadie
sino una dama que aúlla
con la cabeza en la mano
sólo en la noche encuentro a mi amada
con la cabeza en la mano.

Le ofrezco como el incienso
que otros reyes la donaran
mis recuerdos en la mano
ella me tiende su cabeza
y luego, con la otra mano
lenta a la noche señala.

Solo en la noche, en la hora nona
salgo a buscar a mi amada
y en el llano como ciervos
corren veloces mis recuerdos.

Tuve la voz, trovador fui
hoy ya cantar no sé
trovador, no sé hoy quién soy
y en la noche oigo a un fantasma
a los muertos recitar mis versos.


Leopoldo María Panero

miércoles, 3 de diciembre de 2008

"Cada noche nos vemos las caritas", de Alberto Clavería

Uno de mis primeros recuerdos
es de la guardería,
esa guardería donde cada tarde
nos daban sobrasada
hasta que –supongo-
una madre jipi
se debió quejar y
desde ese momento solo nos daban zanahorias
(aún oigo perfectamente
cómo cortaban la zanahoria
a tiras).

Una tarde, en el patio exterior,
miábamos el cielo.
Lo surcaron
tres aviones de combate tres
dejando un reguero de humo y
le pregunté a un niño mayor si sabía
a dónde iban,
contestó que había una guerra
lejos, muy lejos
-primera Guerra del Golfo-.
Pensativo, le pregunté entonces
a qué venía esa guerra.
No me supo responder

Desde entonces,
cada noche
nos vemos las caritas
pero nunca he tenido cojones
a preguntarle a ella,
a la guerra,
lo que un niño le preguntó a otro.

Alberto Clavería