Allá por 2006,
en un pasable otoño,
salíamos mi primo y yo
de una taberna
a altas horas de la madrugada,
cada uno más borracho que el otro,
y me contó una historia de su abuelo.
Él había luchado en la Guerra Civil,
en el bando nacional, para más señas,
y se había comido centenares de horas de guardia
allá en las trincheras del Bajo Aragón.
Solía explicar que una noche helada
se encendió un cigarrillo
y mientras lo fumaba tranquilamente
se oyó un disparo en la lejanía y
una bala se incrustó en la pared que había tras él,
a pocos centímetros de su oreja izquierda.
Desde entonces, aprendió a fumar
tapando la brasa del cigarrillo con la mano.
Y os parecerá una chorrada, pero aún ahora,
setenta años después,
me sorprendo a mí mismo
fumando con el cigarrillo vuelto del revés,
con la brasa rozando la palma de mi mano
por si acaso me
disparan.
Alberto Clavería
en un pasable otoño,
salíamos mi primo y yo
de una taberna
a altas horas de la madrugada,
cada uno más borracho que el otro,
y me contó una historia de su abuelo.
Él había luchado en la Guerra Civil,
en el bando nacional, para más señas,
y se había comido centenares de horas de guardia
allá en las trincheras del Bajo Aragón.
Solía explicar que una noche helada
se encendió un cigarrillo
y mientras lo fumaba tranquilamente
se oyó un disparo en la lejanía y
una bala se incrustó en la pared que había tras él,
a pocos centímetros de su oreja izquierda.
Desde entonces, aprendió a fumar
tapando la brasa del cigarrillo con la mano.
Y os parecerá una chorrada, pero aún ahora,
setenta años después,
me sorprendo a mí mismo
fumando con el cigarrillo vuelto del revés,
con la brasa rozando la palma de mi mano
por si acaso me
disparan.
Alberto Clavería
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