miércoles, 4 de marzo de 2009

"París-Dakar", de Alberto Clavería




Mi alma,
mi alma está
condenada como yo,
el piloto del Dakar que,
patidifuso,
se fuma apoyado en un cactus
el pitillo de las emergencias
mientras la moto humea entre las dunas.
(Lo creas o no,
encendí el cigarrillo con las llamas
que salían del motor de aquella maldita moto)

Ahora es cuestión de esperar
la ambulancia
o la muerte,
la que llegue antes,
en el fondo me da igual.

Allá, hacia el horizonte, se ve algo en el cielo.
Serán ángeles,
o buitres,
o espejismos que vienen a firmar mi condena.
Cristo, espero que sean o ángeles o buitres.

Lanzo mi casco contra la arena,
intentando que por lo menos haga ruido,
un ruido que me haga sentir vivo.
Pero no.
Pero no,
solamente levanta un poco de arena
que veo diluirse justo antes de tocar mis ojos.
Supongo que es mi día de suerte.

Apago el pitillo,
no sea que ocasione un incendio en este
bosque de áridas dunas
para unirse al fuego de mi moto,
ya apenas un negro armazón de metal
que huele a plástico derretido.

Si se extiende el fuego,
cosa que dudo,
qué más da?

Qué más da si no tengo agua ni para mí?
A quién maldeciré si mi cantimplora tiene un agujero?

Veo humareda,
alguien se acerca,
parece que es el equipo de rescate,
parece que me localizaron,
después de todo la fortuna me ha sonreído y-
un momento.

No es ningún coche.
Es una tormenta de arena.

A toda prisa
marco mis iniciales en el cactus,
enciendo una cerilla,
busco otro pitillo.

Pero no lo hay.
Y la cerilla se la lleva el viento.


Alberto Clavería

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